Se fue formando poco a poco. En un principio no había nada, pero conforme pasaba el tiempo se iba acumulando el hielo. La capa que se rompía con un simple suspiro se había convertido en una gran montaña.
Cambió su buque por un barco de vela; éste, por una piragua, y la piragua por un par de maderas. Se fue adaptando a la altura del bloque de hielo hasta que sobresalió del agua y lo obligó a cambiar su ruta.
Comenzó su viaje, pero entonces salió el sol, calentó y derritió la superficie. Volvió a mirar atrás y vio el agua tranquila, como antes. No le costó volver.
Lo que no sabía es que era cuestión de meses, tal vez algún año el que la cumbre volviera a salir a la superficie. El iceberg dejó de verse, pero nunca de estar.
Sería fácil navegar en otros mares, pero difícil abandonar el lugar donde había estado tanto tiempo.
No sabemos si el marinero murió en el frío de los recuerdos o vivió al calor del olvido.
A los marineros que saben leer entre líneas, que viven de aventuras y no de recuerdos.
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